El título de mi entrada, aunque publicada en octubre, no hace alusión a Halloween, sino a las historias no contadas que muchos estudiantes y colegas han vivido para lograr publicar un artículo científico. Son tantas las historias -como el famoso Reviewer 2- y tan de diverso tipo, que se necesitarían varias entradas para narrarlas. Aquí sólo me referiré al tema de las coautorías. A pesar de lo “macabras” que puedan sonar las historias, al final espero dejar un mensaje optimista en el que invito a seguir haciendo ciencia de forma ética, también como una forma de protesta ante el sistema de evaluación productivista en el que nos movemos.
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La carrera académica, desde que se es estudiante (de posgrado) hasta cuando se logra una posición de docente o investigador en una institución, está saturada de actividades de variada complejidad intelectual. El investigador, o en el mejor de los casos el docente-investigador, debe mantener una alta productivad científica, preparar e impartir clases, asesorar y dirigir estudiantes, consiguir fondos para avanzar en su investigación, hacer gestión académico-administrativa y hacer -o intentar hacer- vinculación y divulgación. La importancia relativa de cada una de estas actividades varía a lo largo de la trayectoria académica pero probablemente los jóvenes investigadores que están buscando consolidarse son los más presionados por responder en cada uno de esos frentes. En medio de esa vida agitada y llena de compromisos, uno puede cuestionar, ¿para qué escribir un blog que no representa “nada” en términos de los esquemas actuales de evaluación?