Hoy compartimos un post invitado de la Dra. Adriana Lizzette Luna Nieves*.
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Es imborrable el gesto del médico cuando lo revisó por primera vez, era algo así como el de alguien que ve un fantasma. Cuando vio ese rostro desencajado, algo dentro de ella se rompió. Ese doctor, llamó a otra doctora con quien compartió miradas cómplices. La segunda doctora llamó a un tercer doctor y lo más que atinaron a decirle fue que era necesario hacerlo un estudio a su hijo. Ella no preguntó más, para ese momento ya tenía taquicardia, le sudaban las manos y estaba medio mareada. Mientras le hacían el estudio vio otra vez esos gestos en los especialistas. Buenas tardes, soy la doctora tal, parece ser que su hijo tiene cáncer en el ojo en una etapa muy avanzada. Le dieron papeles e instrucciones para que de inmediato fuera al hospital tal, a la unidad de oncología, para su atención inmediata. Agarró los papeles, salió de la salita, dejó a su bebé de un año sentado en una sillita y corrió al pasillo de al lado. No pudo dar un paso más y cayó en llanto en el suelo. Regresó por su niño, tratando de ser ella. Manejó lo más rápido posible mientras decía por favor no, por favor no. Los recibieron en el hospital, donde cuatro doctores lo volvieron a revisar haciendo los mismos gestos que le congelaban el alma. Le dieron más hojitas y más instrucciones. El diagnóstico inicial fue cáncer en el ojo, pero faltaba hacerle biopsias, resonancias y otros estudios. Los resultados tardaron tres semanas. La relatividad del tiempo sí existe. Pensó. No había cáncer, se trataba de una enfermedad clasificada como rara que se presenta en un niño, dentro de un millón. Durante el primer año después de su diagnóstico, sometieron a su hijo a ocho cirugías y a diversos tratamientos médicos que estará obligado a continuar por el resto de su vida para controlar su condición.Leer más »
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