Hace unos meses, el divulgador de la ciencia, ambientalista y espeleólogo Robert Rojo (https://www.facebook.com/roberto.rojo.31) publicó en su cuenta de Facebook sobre el atropellamiento y muerte de un bello ejemplar de la iguana Ctenesaura similis macho; semanas más tarde, también publicó cómo fue salvada una serpiente Och-Can (Boa constrictor imperator) de las garras de una carretera en Playa del Carmen. Gratamente, los comentarios de las personas en general fueron de indignación por el caso de la iguana; “nos estamos quedando solos” era una de las frases que se podían leer. La buena suerte de la boa también era celebrada y compartida por los cibernautas.
Como ecólogo ciertamente podría decir que la acción de salvar la boa tiene poco impacto en la conservación de su población y lo mismo podría decirse acerca de la trágica muerte de la iguana. Mis colegas podrían añadir que los drivers que ejercen mayor influencia sobre la viabilidad poblacional de estos reptiles son el cambio de uso de suelo o los patrones de consumo que impone el capitalismo; fenómenos que se expresan a escalas más grandes y que la acción individual o, a nivel de pequeños grupos, poco pueden hacer para generar un cambio.
Recientemente en algunas ciudades de México se prohibió el uso de plásticos de un solo uso (https://heraldodemexico.com.mx/cdmx/congreso-de-la-cdmx-prohibe-popotes-y-bolsas-de-plastico-a-partir-de-2021/), entre los que destacan bolsas y popotes. La reacción no se hizo esperar, de inmediato surgieron las opiniones, algunas de ellas de mis propios colegas que expresaban: “¡de qué sirve prohibir las bolsas y popotes, si todo viene empacado en plástico!”, “uy sí, llevas tu bolsa ecológica y compras productos hechos de plástico”, “adiós bolsas, bienvenida salmonela”, “las bolsas reusables también contaminan”. Tengo que reconocer que los comentarios expresados tienen un fundamento real, pero al mismo tiempo minimizan el comienzo de un esfuerzo. Algunos de los comentarios, incluso llegan a desafiar el intelecto de los que aplaudimos esta medida ¿Quién tendría la intención de adherirse voluntariamente a una medida de este tipo y arriesgarse a que lo tachen de ingenuo?

Otro fenómeno que me llama la atención es el que protagonizan esos sectores de la población que no tienen formación en cuestiones ambientales pero que militan en algún grupo ambientalista y/o que adoptan causas que tienen que ver con el cuidado del ambiente. Me refiero a asociaciones civiles tipo Greenpeace, grupos de animalistas, veganos entre otros. Estos grupos pueden emprender desde acciones individuales como el consumo selectivo o la organización de manifestaciones pacíficas hasta aquellas más radicales como hacer cadenas humanas alrededor de un área para que no se desmonte, atarse a los árboles, confrontar a los barcos pesqueros, etc. Debo confesar que en algún momento de mi vida yo fui uno de los críticos de este grupo de personas y por lo tanto, conozco los argumentos usados que los profesionales de las ciencias ambientales utilizamos para minimizar e incluso, ridiculizar a una población realmente motivada que tiene gran visibilidad a nivel internacional. “Amarrase a un árbol no acabará con el cambio climático” “No solo matamos animales antes de comerlos, también plantas”.
Me preocupa grandemente que la opinión profesional de nosotros los ecólogos, con todo lo fundamentada que pueda estar, no valore las iniciativas ambientalistas que se generan desde los individuos debido a que tienen un impacto muy pequeño en la conservación de la biodiversidad y prácticamente imperceptible en el combate del calentamiento global. Así mismo, me preocupa que, ante una iniciativa o actitud pro-ambiental, se enfatice sus debilidades y no los aspectos positivos.
Evidentemente, el hecho que un grupo de personas haya evitado que se derribe un árbol en su colonia no disminuirá significativamente la formación de islas de calor en la ciudad, tampoco detendrá el calentamiento global, ni la extinción de la especie pero…¿Es eso lo que tenemos que destacar? Rescatar ese árbol tiene beneficios dignos de resaltarse: provee sombra, refugio y alimento en algún momento para la fauna urbana, seguramente a muy pocos individuos, pero contribuye positivamente. Estas acciones tienen impacto en otros aspectos mas allá de los ambientales: apropiación del espacio y empoderamiento de la población, ingredientes indispensables en las estrategias de conservación de abajo hacia arriba. No ayuda que resaltemos la mínima contribución que el no uso de popotes puede tener para la conservación de la fauna marina, ayuda más resaltar que por ejemplo, que una sola persona decida no usar popotes salvará millones de bacterias que forman parte de la microbiota que participa en la formación del suelo. Hay mucha distancia entre decir que no salvaremos ni a una sola tortuga (lo cual es cierto) a que salvaremos millones de microorganismos del suelo (lo cual también es cierto).
Ciertamente salvar una serpiente del atropellamiento no salvará a la población de boas de Playa del Carmen, es más, posiblemente la serpiente fue atropellada al día siguiente; pero ¿Es esa la información que debemos destacar en las redes sociales? Este hecho generó sensibilidad sobre la vida del un animal de un grupo de personas; en efecto, un grupo pequeño, pero generó un impacto positivo. Considerando que la sensibilidad sobre la vida silvestre es una pieza importante en la educación ambiental, no tendría que ser menospreciada. Esa misma sensibilidad es la que motiva a los animalistas a manifestarse y la que motiva a los veganos a abstenerse de comer carne. Puede que estas acciones no generen una reducción relevante en la producción de carbono, pero sin duda representan una valiosa materia prima en la que los conservacionistas podrían trabajar.
En conclusión, no hay acción ambiental irrelevante, todas ellas contribuyen positivamente solo que sus beneficios son perceptibles en aspectos y escalas diferentes.
[…] También puede interesarte: El valor de las pequeñas acciones […]
Me gustaMe gusta