¿Qué buscamos con la restauración ecológica en América Latina?

Esta entrada la escribí junto con mi amiga y colega Paula Meli*.

La restauración ecológica nació en los 70’s como ‘la prueba ácida de la ecología’: una prueba de nuestro conocimiento sobre cómo funcionan los ecosistemas. Esto surgió de la necesidad de recuperar la estructura y los procesos ecológicos que sustentan la permanencia de los ecosistemas. Durante más de cuatro décadas la restauración desarrolló conceptos, teorías, estrategias, herramientas y redes donde confluyen profesionales de distintas áreas de la ciencia y partes del mundo [1, 2]. Aunque su objetivo principal de recuperar la naturaleza siempre se mantuvo, pasó por definiciones que fueron incluyendo distintos conceptos, hasta en los últimos años acoger el enfoque de los sistemas socio-ecológicos [3] (p. ej. dentro del marco de los servicios ecosistémicos) y conceptos propios de las ciencias sociales (como percepción social y valoración social y cultural). La inclusión de conceptos sociales ha sido un patrón en general compartido por diferentes áreas de la Biología y la Ecología buscando responder al cambio de paradigma centrado en el ser humano como parte del ecosistema y no como un factor externo degradante. Al abrirse a este paradigma, actualmente la restauración se ve como ‘un componente fundamental de los programas de conservación y desarrollo sostenible… en virtud de su capacidad inherente de proporcionar a las personas la oportunidad de no sólo reparar el daño ecológico, sino también mejorar la condición humana’ [1], para ‘reflejar los valores inherentes del ecosistema y proveer bienes y servicios que la sociedad valora’ [4].

La restauración enfocada desde este marco socio-ecosistémico se ilustra muy bien en las actuales iniciativas regionales que involucran intereses y financiamientos privados. La iniciativa regional para América Latina busca restaurar 53.2 millones de hectáreas de bosques y ecosistemas en 17 países, al mismo tiempo mejorar la productividad agrícola y reducir la pobreza [ver 5, 6, 7]. Sin embargo, aunque estas nuevas ideas de restauración integran los sistemas socio-ecológicos y responden a una transición paradigmática en las ciencias, la restauración termina siendo de cierta forma ‘ajena’ al planteamiento de las causas de la degradación que busca resarcir. Esta forma ajena en parte se debe a que no se aborda el origen social de la degradación como la problemática que puede provenir de la inequidad ya sea: (i) en el acceso a tierras y recursos, (ii) en la disponibilidad de tecnologías e infraestructura para utilizarlos, o bien; (iii) en las capacidades para aprovecharlos. En este sentido, no se discuten las diferentes responsabilidades de los actores sociales, como por ejemplo la desigualdad social con que se viven las consecuencias de la degradación ambiental. El componente social de la restauración es abordado en la práctica pero no realmente desde una reflexión teórica.

En América Latina al igual que en muchas otras regiones del mundo, existe gran diversidad biocultural en mano de pueblos originarios y comunidades rurales, y es una de las regiones del mundo con mayor inequidad. Los pequeños productores rurales, campesinos e indígenas, son de los más vulnerables al cambio del clima, la degradación del suelo, y son afectados por la falta de oportunidades. En esta región, aproximadamente 80% de la producción agrícola proviene de unidades familiares, y estas poblaciones rurales contribuyen significativamente a la agricultura global y a la producción de alimento [8], pero al mismo tiempo sufren pobreza e inseguridad alimentaria [9]. Estos pueblos suelen ser poco escuchados o ignorados en la formulación de políticas o reducidos en su participación como mano de obra durante la implementación de programas ambientales. Entonces, ¿cómo la restauración puede realmente involucrarse en aportar desde su praxis, a una problemática social como la de América Latina?

foto_pmeliProductores rurales de Chiapas, México, trabajando de manera conjunta con investigadores en la selección de especies útiles para la restauración de riberas (foto de Paula Meli).

 

El trabajo de Eliane Ceccon-Pérez y colaboradores [10] plantea, y brinda excelentes ejemplos sobre la necesidad de abordar el componente social de la restauración desde una perspectiva transdisciplinar, en la cual diferentes conocimientos, saberes, percepciones y prácticas trascienden el marco establecido por las disciplinas académicas tradicionales, incluyendo la participación activa de todos los actores sociales en un problema común, sino que también crean un marco conceptual compartido a través del cual abordan colectivamente su resolución. Una perspectiva similar (pero no tan integral) es la metodología ROAM, que busca combinar intereses de los distintos actores sociales, tomando decisiones de una manera más participativa [11]. A pesar de estos esfuerzos, la restauración necesita avanzar unos pasos más para integrar problemáticas que demandan justicia social y ambiental. La degradación ambiental, al menos en nuestra región, es también social ya que en la mayoría de los casos se origina a partir de la conjunción de factores de inequidad social, apropiación de tierras y recursos naturales, y abusos de poder [12]. En este contexto, mientras la restauración no discuta la problemática social de la degradación desde su origen, en las prácticas sociales que responden a un modelo de desarrollo basado en una economía extractivista, como desde las consecuencias sociales (no sólo ambientales) de la degradación, la inclusión del componente social que se propone incidir resultará débil.

La restauración ecológica en América Latina debe no sólo apostar a restaurar o mejorar las condiciones biofísicas o ecológicas, sino entender mejor el proceso de inclusión de todos los actores involucrados, favoreciendo el desarrollo sustentable con equidad. En este sentido, debe no solamente incluir la consulta social, sino aportar en la búsqueda de soluciones socialmente equitativas y contextualizadas a la realidad en que se desarrolla. Esto implicaría distintas estrategias como: (i) fomentar particularmente la resiliencia de los socio-ecosistemas más vulnerables; (ii) involucrar actores sociales más allá de los dueños de la tierra; así como (iii) considerar modelos productivos que pudieran ser el soporte de nuevos mercados más adaptados a la condición particular (tanto ambiental como social) de la región, en lugar de seguir utilizando los mismos mercados que sostienen la inequidad. En este contexto es que la restauración ecológica logrará realmente sumar y aportar a la problemática central – social de nuestra región.


*Paula Meli. Soy bióloga argentina pero con intereses regionales. He trabajado en proyectos de conservación y restauración, en muchos casos junto a poblaciones rurales, en México, Argentina, Brasil y Chile. Me interesa la ecología, pero desde su transición hacia lo social, en definitiva: la relación naturaleza-humano. En este sentido, también me interesa la ecología política. Actualmente soy investigador post-doctoral en el LASTROP. Se pueden explorar más detalles de mi trabajo en ResearchGate aquí.

 

Dejar un comentario