“Existen genios sin estudios e idiotas con doctorado”
(Joseph Kapone)
Estamos donde estamos por distintas razones; porque venimos de una familia con ciertas características que determina más o menos el grado de acceso a diferentes recursos, porque vivimos en una país con determinado sistema socio-económico, porque hemos experimentado diferentes vivencias a lo largo de la vida que afectan nuestras motivaciones, y por un gran número de razones más que por supuesto, incluyen al azar mismo. El punto es que en algún momento de nuestras vidas nos detenemos a mirar hacia atrás para ver el camino recorrido y reflexionamos sobre lo que ocurrió o no ocurrió para llegar a nuestra situación actual.
En esta entrada quisiera hacer una disección de esos elementos que podemos considerar como relevantes o incluso determinantes en el éxito en la investigación científica. Y ¿para qué nos sirve hablar de todo esto? Bueno, algo que representa para mí una encrucijada es tratar de identificar las mejores estrategias para que cualquiera pueda pensar en la ciencia como opción de vida. Para ello, uno de los medios que diversas iniciativas e instituciones emplean actualmente es divulgar casos de éxito cercanos, es decir, compartir el caso de personas de nuestra ciudad o país que lograron ser exitosas siendo científicas para que los jóvenes se sientan identificados y se animen a incursionar en la ciencia. Pero, qué hacemos si la respuesta a la pregunta de “¿cómo llegaste a donde estás ahora?” viene seguida de un “mis padres son profesores universitarios…, estudié en un muy buen colegio bilingüe…, en mi ciudad había justo esa carrera…, pude pasar mis vacaciones en un curso de verano en el extranjero antes de entrar a la universidad”. Si las razones del éxito dependen de cosas ajenas a sus posibilidades individuales, la reacción inmediata del oyente sería del tipo “será que eso de la ciencia no es conmigo porque yo no …[inserte aquí la condición de la que adolece]…” y probablemente vea muy lejana la posibilidad de llegar a ser un científico. Tendemos a simplificar nuestras historias con el clásico “tuve la fortuna de…”, pero la realidad es que no todo el éxito proviene de una única fuente, son varios factores los que afectan y que a continuación menciono.

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Privilegio:
No podemos negar que el entorno en el que somos criados, la ciudad, el país o incluso aspectos como el idioma que aprendemos al nacer o nuestro género tienen una influencia enorme en la historia de cada persona. Por poner un ejemplo, la científica Valeria Ramírez-Castañeda publicó recientemente un artículo en el que encontró que el poco manejo del idioma inglés entre científicos colombianos afecta significativamente el número de publicaciones enviadas y aceptadas en revistas internacionales en comparación con aquellos científicos cuya lengua materna es el inglés.

Este privilegio lo estoy considerando de forma relativa. Por ejemplo, una persona cuyo hogar familiar está en una ciudad con universidades con carreras científicas, así no sean de gran prestigio, tiene más facilidades que una persona cuyo hogar familiar es en un pueblo pequeño donde difícilmente hay una secundaria donde estudiar. De modo que solo el estudiante del pueblo con calificaciones excepcionales podría aspirar a becas de manutención (si es que las hay) para llegar a ver los mismos cursos que un estudiante tal vez menos “pilo” podrá tomar sin que el desplazarse a la universidad le represente mayor dificultad.
Suerte:
Más allá de los privilegios, hay aspectos de las historias de vida personales para las que tendemos a responsabilizar a la suerte o la casualidad, entendida como la mera coincidencia fortuita de eventos. Muchas historias personales de éxito vienen acompañadas de anécdotas en las que “justo se encontró con cierta persona” o “justo estaba en el sitio cuando ocurrió determinado evento”. Tal vez sea cierto, pero también el hecho que inconscientemente tendemos a subestimar nuestras decisiones. Aunque la ocurrencia de esos eventos es ajeno a nuestras acciones, nuestra forma de reaccionar a los mismos hará que dicho evento tenga o no un impacto en nuestro futuro. Puede que en ese congreso esté participando el asesor de sus sueños, pero si el estudiante no genera o mantiene una interacción con el mismo, no pasará de una anécdota. Puede que justo ese mes estén abiertas las convocatorias para esa beca, pero si el estudiante ni siquiera envía su solicitud, no tendrá ningún impacto en lo que pase después. Esto me recuerda una imagen que una amiga me compartió hace algunos años, donde se definía la suerte como el anagrama de Saber Utilizar Efectivamente Recursos para Tener Éxito. Muy frase de cajón y todo, pero nos permite pensar más alla del clásico “tuve suerte”.
Talento:
Además de estos factores, debemos tener en cuenta que independiente de su situación de mayor o menor privilegio, no todos tenemos las mismas habilidades para aprender diferentes tipos de cosas al mismo ritmo. Se han reconocido distintos tipos de inteligencia. Por ejemplo, algunos tenemos más facilidad para aspectos lógico-matemáticos, otros para aspectos visuales-espaciales y otros para aspectos de comunicación interpersonal. ¿Cuáles de estos son necesarios para tener éxito en la ciencia? Aunque la respuesta inmediata sea la lógico-matemática, los que estamos metidos en este cuento sabemos que la presentación clara de los resultados en figuras o gráficas (visual-espacial) y en el medio escrito (lingüistica) son factores indispensables para transmitir efectivamente las ideas en este campo. Así mismo, la destreza física también cumple un papel importante cuando se hace trabajo de campo con sus respectivas implicaciones en el éxito de dicho proyecto. Entonces, tal vez no sea cuestión de tener o no ese talento sino reconocer las aptitudes individuales y aprovecharlas de la mejor manera posible para cumplir esas metas.

Esfuerzo propio:
No nos queda más que hablar del papel que cumple el esfuerzo propio para cumplir estos objetivos. Como mencioné en el punto de la suerte, las acciones que hagamos dadas las circunstancias van a tener un gran impacto en nuestro futuro. Este elemento es el que generalmente más valoramos al realizar una auto-evaluación ya sea de forma consciente o inconsciente. ¿Será que estoy haciendo todo el esfuerzo necesario? ¿será que estoy dando lo mejor que puedo? Hay dos escenarios opuestos que podemos mencionar aquí y tienen que ver con los extremos (mediocridad o sobre-esfuerzo). Si sólo hacemos lo mínimo necesario para cumplir los compromisos, difícilmente podremos lograr grandes metas. Pero si nos sobre esforzamos y sacrificamos nuestra salud mental y emocional por un informe o un artículo, a la larga terminará afectando también el desempeño o incluso la motivación que tengamos a futuro. Saber identificar cuánto esfuerzo amerita determinado objetivo es a su vez una aptitud que es necesaria aprender.
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Como vemos, no es sólo un asunto de privilegio y claramente tampoco es sólo de esfuerzo. Los cuatro elementos (así bien alquimista) deben ser considerados al momento de pensar qué nos hace estar donde estamos y qué necesitamos o en qué debemos dirigir nuestro esfuerzo para llegar a ese éxito individual.
Estamos metidos en un mundo donde la desigualdad es la norma. Donde no todos tienen las mismas oportunidades de acceso a educación de gran calidad ni están rodeados de un entorno que fomente e inspire el estudio de las ciencias. Aún así, están los demás aspectos que de cierta forma podemos usar a nuestro favor. La existencia de privilegios no implica que las ciencias le pertenezcan sólo a un grupo particular, y la buena noticia es que realmente hay formas de lograr esa parte de la democratización de las ciencias. Para ejemplificar este hecho, quisiera cerrar esta entrada con una entrevista a Jhan Salzar, un herpetólogo de un pequeño municipio en el departamento del Cauca (Colombia), quien cuenta cómo llegó a hacer su doctorado con un asesor que es una eminencia en su tema en una de las universidades más prestigiosas del mundo .
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