En el año 2018 México comenzó su mayor transformación política de su historia reciente. El nuevo gobierno de México trajo consigo un nuevo paradigma que, contrario a la política neoliberal, enfatiza la orientación social en el ejercicio del presupuesto. Al ser la ciencia en México una actividad financiada esencialmente por el Estado, esta actividad deberá asumir la misma orientación que el resto de las acciones impulsadas por el poder ejecutivo. De hecho, desde los primeros días de la nueva administración del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el bienestar social ha protagonizado el discurso de sus directivos. Aunque el CONACyT seguirá apoyando la ciencia básica de frontera, paralelamente se ha planteado un nuevo programa (Programas Nacionales Estratégicos) donde este organismo identificará las prioridades nacionales e invitará a los especialistas a contribuir de forma articulada. El hecho que, en este momento histórico de México, las prioridades sean identificadas por la principal agencia financiadora y bajo un discurso con fuerte énfasis en la orientación social de la ciencia, ha generado preocupación en un sector de la comunidad académica dentro y fuera del país [1]. Esta coyuntura particular de mi país en el ámbito de la ciencia me ha llevado a plantearme las siguientes preguntas:
¿Cuál es la ciencia que más beneficia a la sociedad? o
¿De verdad existe una ciencia superflua que no contribuye a la sociedad?
Lejos de polemizar sobre la orientación del nuevo gobierno, en esta entrada de EcoLatino desarrollaré mi respuesta a estas preguntas, pero sin recurrir al ya conocido argumento de que la ciencia básica es el insumo de la ciencia aplicada y que, aunque no se identifique una aplicación inmediata, según está idea, lo valioso de la ciencia básica es su valor de opción. Deseo aclarar que de ninguna manera pretendo debatir esta idea, ya que la historia misma nos ha enseñado que es verdad. Sin embargo, considero que justificar la ciencia básica por lo que se convertirá y no por lo que es, no le hace justicia a la investigación básica de frontera. Es más, me atrevo a decir que nos pone en una posición comprometedora donde nos vemos orillados a justificar nuestro quehacer especulando sobre las potenciales aplicaciones de nuestra investigación, aunque no tengamos forma de garantizarlo. Considero que justificar la investigación por lo que “puede ser” y no por lo “que es”, es innecesario y artificial. Desarrollaré mi idea usando dos líneas principales de argumentación, en la primera trataré de desmitificar la idea de que la ciencia es un producto esencialmente consumido por intelectuales y no un bien de consumo generalizado por todos los sectores de las sociedades de todo el mundo. En la segunda línea de argumentación, presentaré la actividad científica como la sistematización e institucionalización de una necesidad humana que especulo, tiene valor adaptativo para nuestra especie.
La educación en México es, por decreto, obligatoria hasta el nivel medio superior. Es decir, la generalidad de los mexicanos somos instruidos en las aulas en diversas ramas de las ciencias sociales, naturales, las matemáticas y otras, durante 12 años de nuestras vidas (6 de primaria, 3 de secundaria y 3 de bachillerato). Esta educación absorbe una proporción relevante del prepuesto total del gobierno y representa además la principal actividad de los niños y adolescentes de este país. Sería realmente paradójico para mí, invertir tal cantidad de recursos en algo que no se considerara altamente relevante para la sociedad. Es decir, si la ciencia sólo es valiosa por las aplicaciones que de ella se derivan, pero en sí misma es menos relevante desde el punto de vista social ¿Por qué se enseña ciencia básica de forma obligatoria? ¿Por qué la educación de los niños se basa en conocimiento básico y no en aplicaciones? ¿Por qué las escuelas privilegian la enseñanza de las leyes de la física sobre sus aplicaciones como la carpintería o la albañilería? Durante la edad escolar, los niños y jóvenes de todo el mundo reciben el conocimiento acumulado que ha sido generado por millones de científicos de todos los rincones de la tierra a lo largo de la historia de la humanidad. Es decir, los productos de la ciencia básica son consumidos por casi todo el mundo y llega a nosotros desde etapas tempranas de nuestra vida por la vía institucional. La amplia cobertura educativa de nuestro país y sus contenidos lleva implícita la idea de que la ciencia es importante para todos. Los científicos también somos profesores y esta dualidad tiene una gran ventaja, los que generan el conocimiento somos también los facilitadores del aprendizaje, al menos en el nivel superior. Si no somos valiosos como científicos para la sociedad, seguramente si lo somos como profesores.
Los medios de comunicación también ofrecen los resultados de las investigaciones científica a su audiencia. Aún no logro visualizar de forma concreta el beneficio social de la exploración de otros cuerpos celestes diferentes a la tierra; aún así, la llegada del hombre a la luna fue un acontecimiento que capturó la atención generalizada de las sociedades del mundo. Actualmente se tienen canales de televisión con contenidos científicos: Natgeo, Discovery channel, Animal planet y otros con contenidos por los cuales el televidente paga y que generan ganancias sustanciales a los productores. El fabuloso descubrimiento de los dinosaurios, a pesar de no tener un potencial aplicado obvio, ha seducido a personas de todas las edades y ha generado una industria millonaria que abarca desde los documentales y el cine hasta parques temáticos y juguetes. El canal del Curioso Ben en Youtube, tiene más de cinco millones de seguidores y sólo ofrece datos curiosos del mundo que nos rodea. Una de las preguntas más populares que realizan los usuarios del Internet alrededor del mundo es: ¿por qué los camaleones cambian de color? La respuesta a esta pregunta claramente no satisface más allá de la curiosidad del internauta pero satisfacer esa necesidad con información veraz, es la misión de la ciencia básica.
De forma innata los seres humanos buscamos entender nuestro entorno: ¿Por qué existe el día y la noche? ¿Por qué crecemos? ¿Qué comen los caracoles? Seguramente al principio de la historia del hombre las explicaciones de nuestro entorno eran simples o se recurría a explicaciones mágicas y al mito. La cosmovisión de las sociedades antiguas y siglos más tarde las religiones, trataban de dar explicaciones del origen del mundo y el porqué de las cosas. La misión primaria de las religiones no fue regular la conducta, fue satisfacer la imperiosa necesidad del ser humano de entender el mundo que lo rodea. La búsqueda incansable de respuestas sobre lo que ocurre en su entorno debió obedecer a una curiosidad suprema, así como la angustia que nos genera lo desconocido. El hombre primitivo debió haber integrado muchas observaciones sistemáticas sobre su entorno, ciertamente algunas de esas observaciones obedecieron a necesidades inmediatas, pero otras simplemente engordaban nuestro conocimiento sobre el entorno.
Los que hemos vivido la experiencia de ser padres hemos sido testigos de la abrumadora curiosidad de los niños. La curiosidad infantil se manifiesta antes del nacimiento durante la vida intrauterina y se torna muy evidente con la adquisición del lenguaje verbal. Los “por qué” de los niños son una suerte de hambre insaciable (no exagero) por conocer todo lo que lo rodea. Sin embargo, el tema de las preguntas de los niños muchas veces no está relacionado con solucionar un problema inmediato. ¿Por qué cuando hace frío y respiramos, sale “humo”? ¿Por qué las personas beben alcohol? ¿Cómo funcionan los focos? ¿Por qué algunos animales prefieren dormir de día? ¿Por qué las moscas se frotan las patas? son sólo una pequeñísima muestra de las miles de preguntas que me hacía mi hijo (otra vez, no exagero…) y que, dado el contexto en el que fueron formuladas, no puedo identificar que obedecieran a alguna necesidad, principalmente considerando que un niño de 3 años no tenía más que recurrir a sus padres para solucionar un problema. La curiosidad humana no termina en la infancia, solo ocupa una prioridad diferente en la edad adulta. Lo anteriormente expuesto me lleva a pensar que “conocer por conocer”, es una necesidad humana. Recientemente supe que la curiosidad es un instinto y también es el motor de la investigación; un instinto es una conducta fijada en nuestro genoma y generalmente tiene valor adaptativo. De hecho, algunos autores como Wojciech Pisula [2] han propuesto que la curiosidad debe ser adaptativa si los beneficios de la exploración superan costos como la depredación; es evidente que los beneficios para el hombre primitivo fueron la obtención de alimento y la reducción de recursos en el proceso (i.e. forrajeo óptimo). Hoy en día, libres de depredadores, la curiosidad como motor de la investigación científica debe tener un valor adaptativo mayor, de hecho, se piensa que la ciencia tuvo una importancia central en el incremento de la longevidad del ser humano. En cierto sentido es claro que la curiosidad sólo tiene un impacto positivo en la adecuación hasta que se transforma en una aplicación; sin embargo, el atributo biológico que la selección maximiza en el ser humano no son los beneficios, sino la curiosidad.
En conclusión, la ciencia básica también es una ciencia para la sociedad y es un producto de consumo generalizado por la misma y este consumo genera una derrama económica importante en algunos sectores de la economía. No considero que la justificación natural de la ciencia básica de frontera sea las potenciales aplicaciones que puede tener en el futuro. Es importante que no perdamos de vista el objetivo principal de la ciencia: generar conocimiento. El gasto de los gobiernos en ciencia básica es totalmente justificado, aun cuando no se concreten aplicaciones, toda vez que el avance en el conocimiento se disemina entre la población global en los libros de texto y otros medios. El cuestionamiento que se hace a los científicos sobre su aportación real al desarrollo social no es más que un síntoma del analfabetismo científico crónico que padece nuestro país y que necesitamos erradicar inculcando el valor de la ciencia per se desde los niveles básicos de educación. Recientemente y como producto del acercamiento de los científicos con la cámara de diputados durante los conversatorios sobre ciencia y tecnología surgió la propuesta de ampliar el artículo tercero constitucional [3] y poner explícitamente el acceso a la ciencia como un derecho de los mexicanos. De concretarse esta iniciativa, desde mi perspectiva, sería más claro el valor de la ciencia básica para los seres humanos y seguramente redundará en una mejor comprensión de la ciencia como actividad para satisfacer una necesidad humana: la necesidad de conocer. El ser humano necesita hacer ciencia y ninguna otra actividad puede llenar esa necesidad. La ciencia básica también es una ciencia para el pueblo.
Edición: Angela A. Camargo
[1] El cambio directivo en el sector de Ciencias y Tecnología asociado al cambio de gobierno de México en el 2018 recibió cobertura internacional en medios de amplia circulación e influencia tales como la revista Science: https://www.sciencemag.org/news/2018/10/mexico-s-new-science-minister-plant-biologist-who-opposes-transgenic-crops
[2] Pisula, W. (2003). Costs and benefits of curiosity: The adaptive value of exploratory behavior. Polish Psychological Bulletin, 34(4), 183-186.
[3] Artículo 3 de la Constitución Política de los Estados Unidad Mexicanos: Todo individuo tiene derecho a recibir educación.
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