Aprender en qué se diferencian los sexos parece sólo un tema más de la educación escolar básica. A mí me recuerda la imagen del filme “Un detective en el kínder” y a Arnold Schwarzenegger sorprendido por la irreverencia de un niño que se levanta para decir en tono muy serio y sereno: “los niños tienen un pene y las niñas una vagina”. Esa imagen me provocaba risa cuando décadas atrás veía la película (mil veces repetida) en la televisión. Y sí, admito que aún hoy, me la provoca. ¿Por qué nos provoca risa ese pequeño personaje? ¿Y por qué el llamado “bus de la libertad” que tenía la misma leyenda de penes y vaginas no nos provocó risa a detractores ni a partidarios? Quizás porque la primera escena nos lleva a algunos a nuestra crianza, donde el pene y la vagina nunca se llamaron así. Se llamaban pilín, pajarito o cosita. En la edad de kínder, pocos supimos que esos órganos se llamaban pene y vagina. Por eso, oírlo decir de un niño en voz alta, por supuesto que da risa. En cambio, el bus que recorrió las calles de Santiago hace un año llegaba con subtítulos científicamente falsos y en un momento donde el ingreso de la misma Ley de Identidad de Género al Congreso chileno, nos tenía a todos, adultos, adolescentes y niños, conmocionados.
Ambas escenas no son una clase de biología divertida y otra no. Ambas expresiones son hoy en día una afirmación incompleta de lo que la biología considera mujer y hombre (hembra y macho). La expresión es incompleta incluso si agregamos que mujeres y hombres, nacen respectivamente con cromosomas XX y XY, porque la composición cromosómica puede no ser uniforme en todas las células de un solo cuerpo y aún no está claro qué repercusiones pueda tener ello. Biológicamente hablando, no existe consenso respecto a cómo debemos clasificar el sexo o incluso qué lo determina. La idea de que los genitales, gónadas y genes, determinan el sexo de las personas es inexacta, tanto en el ser humano como en el resto de los seres vivos. Por otro lado, conocer el ambiente hormonal tampoco ayuda a explicar por completo las incompatibilidades que hay entre el cerebro de quien se reconoce como hombre o mujer, sin tener los genitales que corresponderían con la diferenciación sexual clásica binaria. Como explica la doctora en biología del desarrollo y periodista científica Claire Ainsworth en la revista Nature, el fenómeno del sexo es más bien un mosaico de receptores genómicos y no genómicos en ambientes celulares y moleculares que influencian la conducta y el desarrollo de la sexualidad que se expresan de manera amplia entre el continuum femenino y masculino.
¿Entonces por qué los biólogos se han abocado a buscar el determinismo biológico del sexo durante décadas? La respuesta más general es que sin duda a los seres humanos (y por supuesto a los investigadores científicos) nos gusta comprender los límites de las diferencias. En el caso de quienes estudiamos el comportamiento animal, por ejemplo, el de las categorías macho y hembra simplifica la aproximación a los fenómenos reproductivos. No obstante, en años recientes, el reconocimiento de que el rol sexual puede ser más diverso y amplio que la clasificación binaria, ha sido reconocido en el ámbito morfológico, conductual y neurológico. Aún no sabemos bien qué hacer con ello, pero hemos comenzado por reconocer que son roles conductuales o morfológicos distintos de ser macho o hembra, y a preguntarnos sobre sus consecuencias ecológicas y origen evolutivo.
En el caso del ser humano, como el mismo político de la ultraderecha chilena José Antonio Kast lo ha señalado, el tránsito de hombre a mujer legalmente traería consecuencias incómodas en los cobros de seguridad social, la edad de jubilación y salarios diferenciados para hombres y mujeres. Casi como una paradoja, estas razones son similares a las razones de por qué la OMS, tras haber retirado hace unas semanas a la transexualidad de la lista de enfermedades sexuales, no la retiró de la lista de desórdenes sexuales. La clasificación es una necesidad, pero también un obstáculo por el que hay que transitar durante la discordia familiar, social y política.
Políticos y columnistas ultraconservadores han intentado apropiarse del discurso “biológico” durante la discusión de leyes recientes como Ley de Identidad de Género en la Cámara de Diputados de Chile, o la Ley de Aborto en Argentina. Esto no es algo nuevo. Pero prensa y redes sociales se han colmado de afirmaciones tales como que la actriz transgénero Daniela Vega debe ser llamada hombre porque “biológicamente” nació hombre y afirmar que es mujer resultaría falso. La discusión se resolvería fácilmente si la ley respaldara a Daniela, quien es, de acuerdo al paradigma biológico actual, la única que puede decir cuál es su sexo dentro de las posibilidades existentes.
Biólogos, ecólogos, médicos, genetistas. Todos tendríamos que tomar la palestra en estas discusiones para que dejen de ser discusiones victorianas. Semanas atrás, el biólogo molecular y genetista argentino, Alberto Kornblihtt, dio una lección al resto de los científicos latinoamericanos. En menos de ocho minutos, frente a los diputados argentinos, nos puso el ejemplo de que el discurso científico bien fundamentado es el que debe respaldar la discusión política seria. En cambio, la participación en el debate de la Ley de Identidad de Género de los científicos chilenos en la prensa y discusión legislativa no se ha hecho notar hasta ahora.
¿Será que hay cierto temor o desdén de los biólogos a entrar a los debates ideológicos? Lo planteo como una duda y no como afirmación. El argumento biológico-científico actualizado es imprescindible en debates sobre sexualidad para contrarrestar la violencia discriminatoria. Las concepciones biologicistas incompletas desacreditan la palabra de personas como Daniela Vega antes que a sus cromosomas, para definir cuál es su sexo. Por eso el discurso realmente científico debe corregirse en este y otros debates, donde su uso coloquial sea falso o incompleto, ya sea desde la ignorancia o con propósitos meramente ideológicos. Al fin y al cabo, como alguna vez me lo dijera mi director de maestría: la única ley en la biología es que siempre encontramos fenómenos biológicos que se salen de los patrones biológicos predominantes. Eso hay que reconocerlo e instalarlo fuera de la esfera académica hasta que todos aprendamos a vivir con ello.
José Manuel Serrano, @manolosserrano
El otro día tuve una conversación bastante interesante con un señor, muy creyente él aunque me aclaraba que no religioso. Fue muy respetuosa aunque nuestros puntos de vista eran diametralmente opuestos. Él me cuestionaba que qué era lo bueno de “tantas libertadas” que se le estaban dando hoy en día a las personas homosexuales, trans, etc. Yo le respondía que para mi era cuestión de que eran personas como yo y tenían derechos como cualquier otro. Que una sociedad más tolerante sería mejor. Le cité el derecho de la mujer al voto y de los derechos de las negritudes como ejemplos de que la sociedad evoluciona y que lo que hoy puede parecerle a algunos una aberración con el tiempo se vuelve una norma de la sociedad. Él volvía y me decía que el que la mujer tenga derecho al voto claramente beneficia a todos como sociedad pero que no lo veía así con el hecho de reconocer que hay personas que tienen una identidad de género diferente a la que dicta su sexo biológico. Me acordé de tu escrito y me arrepentí de no haber leído completo el artículo que citabas de la revista Nature sobre la necesidad de pensar más allá de los dos sexos.
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[…] El continuum de los sexos (Manuel): 349 vistas, 4 de julio de 2018 […]
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